La pasada temporada, el Espai 13 presentó las obras siguiendo el planteamiento tradicional de ofrecer una secuencia de exposiciones individuales. De ese modo, los artistas pudieron emplear el espacio en su globalidad y proporcionaron al público una visión lineal de sus respectivos trabajos, evitando una confrontación directa entre ellos.
Si bien es cierto que contextos distintos pueden evidenciar el universo propio de una obra, y añadir sentido al sentido con la cohabitación, la programación de esta temporada se ha pensado como una única exposición dividida en cuatro etapas. Una exposición de tiempo y geometría variables.
Psychodrome, su título, evoca un recorrido, en un espacio definido. Es un circuito en el que sólo varían los corredores, que se alternan y a veces permanecen, en tanto que el contexto cambia por completo.
Desde los años setenta y la cultura underground, el término “psicodélico” se ha vuelto familiar. Con él se alude, de modo genérico, a un trastorno de la consciencia, motivado en ocasiones por el uso de sustancias ilícitas.
Trastorno de la visión, trastorno de la consciencia a través de la imagen, perturbaciones e interferencias entre la realidad y la ilusión, la fantasía y la vida diaria, el sueño y la vigilia, ausencia de linealidad, de principio y fin, explosión de colores y formas, creación de motivos repetidos indefinida y obsesivamente: los artistas tratan estos conceptos desde hace mucho, desde finales del siglo XIX cuando menos. Están los simbolistas, los futuristas y su obsesión por representar el movimiento en la tela, los surrealistas con su delirio onírico, Marcel Duchamp y sus rotorrelieves, Picabia y, más tarde, los artistas cinéticos y los hiperrealistas, pero también personalidades de difícil catalogación que han marcado la historia del arte contemporáneo, como la japonesa Yayoi Kusama. Todos ellos han enfrentado el trastorno de su consciencia con el propósito de traducirla en imágenes.
Los artistas de la presente generación reelaboran distintos aspectos suscitados por el trastorno. Con sus obras, hacen real la irrealidad, materializan lo que sólo es visible en la inconsciencia, difuminan las fronteras entre la imaginación y la presentación de lo imaginario.
Para la mayoría de estos artistas, el color es operativo: actúa más allá de la percepción visual, para influir, más o menos directamente, en la psique. A veces la influencia procede del sonido, otras, de una intervención directa en el espacio y la arquitectura. Con frecuencia, a partir de las obras y, por lo tanto, del ambiente general de una exposición, se crea un fenómeno de “sinestesia”, que alude a la singular capacidad para escuchar colores, ver sonidos, gustar formas…
Pintura, escultura, vídeo, papel pintado y pintura mural, objetos y environnements, poco importa el medio empleado. Lo que cuenta es la radicalidad del efecto, una creación desinhibida que propende más y más a las esferas profundas de la consciencia y de la inconsciencia, o, inversamente, a un efecto decorativo llevado al extremo.
Un módulo básico servirá para organizar el Espai 13 a lo largo del ciclo: diana o laberinto, figuras de alta tensión hipnótica, se trata de una estructura circular de elementos concéntricos, densos o depurados de acuerdo con las exigencias de los artistas y del contexto. De dos a cuatro artistas habitarán conjuntamente el espacio, participando cada uno de ellos en dos etapas y variando su instalación si lo considera oportuno.
Si bien la relación de artistas estructurará el conjunto de la programación, al compás de los encuentros se podrá enriquecer o modificar el programa sin cambiarlo sustancialmente. Otros artistas podrán incorporarse en un momento determinado. La idea de cohabitación, más que de confrontación, el diálogo y la constatación de rasgos comunes, ya sean esenciales o accesorios, guían esta concepción un tanto atípica del planteamiento.
Siempre con la voluntad de presentar artistas, aunque jóvenes, consolidados en sus países de origen; conocidos, aunque escasamente expuestos aquí; de diversas nacionalidades, pero sin pretensión de exotismo. La programación se desgranará en torno a un conjunto de personalidades artísticas cuyo trabajo se enfocará conforme a las coordenadas establecidas. Otros artistas con una obra o un momento paralelos se adherirán a ellos, y lo harán con una presencia rotunda, algo más discreta, para enriquecer el espíritu de conexión y de diálogo.
Psychodrome. El título evoca un recorrido, un circuito en un espacio definido. A lo largo de toda la temporada, dividida en cuatro etapas, diversos artistas irán exponiendo de manera consecutiva dentro de un mismo módulo arquitectónico evolutivo.
Segunda etapa de Psychodrome, nuestro recorrido por los caminos del trastorno. Trastorno de la visión, de la consciencia, a través de la imagen, perturbaciones e interferencias entre la realidad y la ilusión, el ensueño y la vida cotidiana, el sueño y la vigilia; ausencia de linealidad, de principio y fin, explosión de colores y formas, creación de motivos repetidos indefinida y obsesivamente.
Después de la hipnosis y la visión, la sinestesia es ahora el ingrediente fundamental de esta tercera etapa de Psychodrome.Ya sabemos que la sinestesia es la capacidad de un sentido cualquiera para suscitar otro, un juego ambiguo que permite confundir nuestros instrumentos perceptivos, que nos hace sentir los colores, ver los sonidos, gustar las formas.
Última etapa de Psychodrome, el viaje a la turbación de la visión, de la percepción, de la conciencia, expresado con todos los medios sensoriales posibles, sin excluir perspectivas ni colores.