- Ciclo
- Ciclo: Psychodrome
- Artista
- Beatriz Barral, Tor-Magnus Lundeby i Fred Tomaselli
- Fechas
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- Comisariado
- Grazia Quaroni i David Renaud
Después de la hipnosis y la visión, la sinestesia es ahora el ingrediente fundamental de esta tercera etapa de Psychodrome.
Ya sabemos que la sinestesia es la capacidad de un sentido cualquiera para suscitar otro, un juego ambiguo que permite confundir nuestros instrumentos perceptivos, que nos hace sentir los colores, ver los sonidos, gustar las formas. Los tres artistas de Psychodrome.03 son especialistas en la ambigüedad perceptiva, en el uso lúdico de metodologías de extraordinaria precisión, en la experiencia pictórica global, obtenida con soportes inusuales, materiales no pictóricos, gran despliegue de superficies murales.
Como dice Lars Bang Larsen, a propósito de Tor-Magnus Lundeby, “the psychedelic lore is not employed as a retro gesture, but as an artistic method for mapping the self and stimulating the experience of the now.” Observaciones que son también extensivas a Fred Tomaselli y a Beatriz Barral, que, junto a Lundeby, comparten el espacio: el componente psicodélico, el elemento que perturba la visión, la consciencia y el sistema perceptivo de cada uno, nunca introducido de forma nostálgica, sino como experiencia del presente, no como decoración, sino como un sistema que parte de la consciencia y de los sentidos del artista para expandirse en el espacio, hasta alcanzar los sentidos y la consciencia de los espectadores, concediéndoles libertad plena para experimentar la obra y el espacio de un modo completamente personal. No son, pues, estas obras trampas perceptivas, sino espacios abiertos y libres para agitarse en su interior.
Beatriz Barral (Madrid, 1968, vive en Madrid y en Nueva York). Cápsulas fluorescentes, sus instalaciones envuelven al espectador hasta alterar su color, su piel, sus ojos, su ropa. A semejanza de otros artistas de Psychodrome, en su obra predomina la forma redonda, que doblega las paredes, que deforma el espacio, que desorienta al espectador, con un toque de ciencia-ficción, en las formas y en la materia. Barral despliega en toda su magnitud el potencial del color, y en virtud de ese tratamiento obtiene también el máximo rendimiento del espacio y de la arquitectura. Al ojo no le resulta nada fácil soportar unos colores y unas materias exacerbados, y ese es justamente el objetivo de Barral: jugar con la percepción; ahondar en las sensaciones visuales, en las impresiones retinianas para desestabilizar la consciencia del espectador. Ese desconcierto es necesario para “establecer los parámetros de un futuro mejor”. De ese modo, la artista puede afirmar: “Mi visión puede calificarse de utópica”.
Tor-Magnus Lundeby (Noruega, 1966, vive en Helsinki, Finlandia). Los temas de las instalaciones pictóricas de Lundeby encuentran la inspiración en los más diversos campos. Desde los videojuegos a la astronomía, de las cubiertas discográficas a los mapas, cualquier pretexto es válido para la construcción de un nuevo universo, una cosmología fantástica. El ojo del visitante se siente abrumado ante una obra de Lundeby, a causa de las dimensiones gigantescas y de la exasperante repetición de motivos. Sus instalaciones remiten a menudo al universo de la música, de los dj, de la denominada “Club Culture”, de las 45 r.p.m. Nombres de músicos famosos y no tan famosos de todos los géneros y nacionalidades se suceden en las paredes pintadas y constituyen los archivos de radios independientes, imaginarias o existentes: esos nombres son satélites, abejas obreras ajetreadas, que están en el aire, “on air”, alrededor de la abeja reina, el transmisor, alma y puntal de todo.
Fred Tomaselli (EE UU, 1956, vive en Nueva York) hace cuadros sin pintar. Sus motivos de remolinos y galaxias, impregnados de referencias literarias, ofrecen una suerte de universo nuevo, de utopía distorsionada que desconcierta al espectador. Sus obras son collages, que, observados a distancia, permiten captar el efecto cósmico y visionario y, de cerca, descubrir la minucia del sistema y la variedad de las materias, no siempre lícitas, no siempre legales. De cerca, pues, descubrimos lo que produce esas visiones llenas de imágenes que habíamos saboreado de lejos: pastillas, hojas, insectos, aspirinas y una miríada de objetos minúsculos de distinta naturaleza son englobados por la resina, organizados con precisión extrema hasta conformar una superficie perfectamente lisa. Al mostrar las sustancias que inducen a la alucinación junto con una imagen global visionaria, Tomaselli consigue presentar causa y efecto en un círculo perfecto, el antes y el después simultáneamente, distorsionando tiempo y espacio en infinitas declinaciones.
Grazia Quaroni
Febrero del 2003