- Ciclo
- Ciclo: Ángulo de visión: 143º
- Artista
- Antonio Ortega
- Fechas
- —
- Comisariado
- Montse Badia
El trabajo de Antonio Ortega (Sant Celoni, 1968) examina los comportamientos y las dinámicas sociales. A menudo elabora "registros", haciendo uso de una estrategia similar a la de las fábulas, para lo cual se sirve de referentes fácilmente reconocibles con los que retratar o ejemplificar situaciones. Así, en Registro de Ahilamiento (1996), forzaba el crecimiento de una planta por el interior de un largo tubo de cartón, de tal modo que, al eliminar ese conducto, la planta no sobrevivió; en Registro de Esponsorización (1999-2000), empleó el presupuesto de producción de su exposición en Barcelona, para apadrinar una cerdita inglesa, llamada Lucy, a la que se proporcionaron atenciones, alimento y asistencia veterinaria durante un año; en Registro de Bondad (1999), el artista se provocaba vómitos, que guardaba en un recipiente en el jardín de su casa en Londres y que sirvieron de sustento a los pájaros que allí acudían. Como acertadamente ha escrito David G. Torres, "son registros en los que la excepcionalidad se encuentra a un milímetro de distancia de la futilidad. En ese milímetro se sitúan sus trabajos [...] El documento, en apariencia anodino y simple retrato de una experiencia llevada a cabo por Antonio Ortega, tiene la capacidad de desplegarse intensamente en el ámbito del sentido". En los tres casos, el comportamiento, la reacción y el papel de plantas y animales devienen retratos o proyecciones de nuestros propios comportamientos de adaptación, sumisión o asunción de los prejuicios implícitos en los actos de generosidad.
Desde una actitud naïf, que le aparta de todo cinismo, Antonio Ortega observa, desde la perplejidad y la duda permanentes, los mecanismos que definen las dinámicas de la producción artística y su papel en la sociedad. En Antonio Ortega and the Contestants (2002), por ejemplo, transformaba lo que debía ser una exposición individual en The Showroom, en Londres, en una muestra colectiva para la que invitó a participar a cinco artistas recién licenciados por la Facultad de Bellas Artes de Barcelona. Con esta propuesta, pretendía evidenciar las dinámicas de producción en arte, al mimetizar las estrategias promocionales de otros ámbitos de la cultura pop, a la vez que exploraba las nociones de autoría y la naturaleza jerárquica y competitiva del mundo del arte.
Fe y entusiasmo parte de una reflexión que le ocupa desde hace algún tiempo: la confirmación de que sólo el éxito exime al artista de la apariencia de ingenuidad. Antonio Ortega lo explicaba en una conferencia en marzo de 2002 en Caixaforum: "[...] Creo que no hay nada más patético que un artista visual, o un cantante o un actor, que no haya logrado el éxito, porque sólo una dosis de éxito puede neutralizar la sensación de ingenuidad de un artista consagrado a su carrera. Si aún les queda alguna duda, pueden acompañarme en el siguiente ejercicio: pongan mute al éxito de cualquier artista de fama planetaria. Piensen en un artista de prestigio e imaginen que no muestra su trabajo más que a sus padres, ya mayores. Los domingos va a comer a casa de sus padres, con su familia y, después del café, les enseña sus últimos proyectos artísticos [...] No sé ustedes, pero cuando escribía esto, yo me imaginaba a Joseph Beuys, muy digno y pausado, recogiendo en una bandeja los coágulos de grasa pegados a las paredes del comedor de papá y mamá Beuys. Por eso acepto mi condición de naïf."
Fe y entusiasmo observa el panorama mediático actual, que genera personajes que se vuelven arquetípicos en su representación de valores y caracteres estereotipados. En nuestro país, las televisiones han creado un nuevo género, híbrido entre el reality show y la telenovela, en que las vidas y las peripecias de dichos personajes pueden ser seguidas, comentadas y evaluadas éticamente, pues sitúan automáticamente a la audiencia en una posición de superioridad. Quienes pueblan el universo mediático actual no son ya personajes públicos (famosos) por su actividad profesional, sino personas que han hecho de las vicisitudes de su vida privada una profesión. Conseguir la fama a cualquier precio y mantenerla es una de sus principales consignas. Fe y entusiasmo se fija en una de estas artistas, Yola Berrocal, paradigma de la construcción de un personaje y definida por Antonio Ortega, como la "verdadera musa del entusiasmo" convencida de su talento artístico. Con Berrocal, Antonio Ortega comparte una fe (en su trabajo y sus posibilidades de éxito) que le aleja de todo cinismo.
En Fe y entusiasmo, Antonio Ortega plantea una mirada entomológica a este universo mediático. Su proyecto consiste en la creación de una Oficina de Captación de Fondos para la realización de un figura de cera de Yola Berrocal. En nuestro presente mediático, tener una figura de cera es un indicador simbólico del máximo estatus de la fama. Hasta hace muy poco, por ejemplo, Madonna no ha obtenido este reconocimiento. La oficina que propone Antonio Ortega está dirigida por un educador artístico y comisario independiente, David Armengol, y por dos estudiantes del último curso de Bellas Artes, Lucía Moreno y Eva Noguera. La labor de este equipo consiste en establecer contactos, hacer propuestas y tratar de conseguir financiación en forma de patrocinio, con el fin de que ese objetivo, la realización de una figura de cera de Yola Berrocal, pueda materializarse.
Con un ligero desplazamiento en lo que respecta al objetivo y al contexto, la oficina reproduce exactamente las estructuras de producción y comunicación del arte contemporáneo. Antonio Ortega utiliza referentes fácilmente identificables, que nos proporcionan la distancia necesaria (una planta, la cerdita Lucy, los pájaros de su jardín en Londres, los gags de Faemino y Cansado, Yola Berrocal...) para plantear situaciones que hablan directamente de nosotros y de nuestras experiencias. El humor con el que abordamos historias, que en apariencia no tienen que ver con nosotros, se transforma en una terrible incomodidad cuando reparamos en que las fábulas que cuenta Antonio Ortega hablan de nosotros mismos. Tan sólo desde una actitud naïf puede el artista poner en duda, de verdad, nuestra propia realidad y los valores que consideramos absolutos.
Montse Badia
Enero de 2004