El artista Antoni Hervàs recibió el encargo de la Fundació Joan Miró de preparar una jornada familiar en torno a la autogestión, con motivo de la exposición con el mismo título comisariada por Antonio Ortega, que repasa las prácticas artísticas do-it-yourself, desde los años sesenta hasta la actualidad.
Hervàs explica el proceso de concepción y creación de «La fiesta espacial» y los vínculos de la actividad con las prácticas artísticas autogestionadas, desde la idea original hasta la vivencia de la jornada con los participantes. La Fundació está desarrollando una línea de actividades para las familias ideadas por artistas y esta es una de las experiencias más recientes.
La fiesta espacial
Sobre la concepción de «La fiesta espacial»
Un taller familiar en torno a la exposición Autogestión, comisariada por Antonio Ortega
Diseñar una propuesta educativa entendiendo el taller como un espacio experimental en el que la transmisión de conocimientos y el autoaprendizaje se producen a través de la experiencia personal. Un ejercicio de ensamblaje que pretende conglomerar la información general y las reflexiones particulares en torno a la exposición, dialogando con las particularidades espaciales y emocionales del lugar donde se desarrolla.
Al ser una actividad familiar a gran escala en la que podían participar niñas y niños de edades e intereses muy dispares, quería construir una narrativa articulada por un recorrido y conducirla, mediante la performatividad, hacia una colectividad autoorganizada en que cada participante pudiese relacionarse libremente con el conjunto de la manera que se sintiese más cómodo.
Cuando Familimiró me hizo el encargo, acababa de asistir a la presentación del catálogo de la exposición, ya que la edición salió casi un año antes de que se formalizase en la sala. Ortega había pedido a Pere Llobera que reprodujese pictóricamente las imágenes con las que quería ilustrar la publi, un gesto ingenioso con el que pretendía eludir los costes de los permisos de uso comercial a los que estaban ligadas. Evidentemente, el coste del encargo sería superior, pero esta actitud de hacerse uno mismo lo que no puede y quiere tener me hizo pensar en un recortable del edificio de la Fundació Joan Miró editado en 1985 en Barcelona por la editorial La Ciutat de Paper.
Ya habíamos estado a punto de utilizar este elemento con David Bestué para Mercuri Splash (el homenaje a Alexandre Cirici i Pellicer que tuvo lugar en junio de 2016), cuando por el patio del Espacio Taller tenía que aparecer un estríper caracterizado de pizzero que hacía su espectáculo y luego le dejábamos montando el recortable.
Este espíritu de reciclaje y de hacer uso de los recursos de los que ya se dispone es una de las premisas de las que parte mi trabajo. Gráfica y formalmente este objeto lúdico ha quedado obsoleto; surgido de la comercialización del movimiento DIY, te permitía apropiarte de la institución, con un material frágil y caduco, que en algunos casos los más fetichistas han conservado intacto. Decir que es un objeto retro implica un salto en el tiempo, un anacronismo al que no estaba sujeto en el momento en que se produjo. Pero, ¿por qué hablar de autogestión en términos de futuro y perdurabilidad si no es en clave de ciencia ficción?
Estos proyectos aparecen por la necesidad imperiosa de hacer y de compartir, y se sostienen con entusiasmo mientras flirtean con la posibilidad constante de desaparecer.
Recuerdo una nota al pie de una cartela de Antonio Ortega, intervenida por Mariona Moncunill, que señalaba cómo estos proyectos o modelos que rechazan la institucionalización acaban entrando en un museo. La autogestión es una forma de activismo, pero a veces también puede ser producto de una estrategia. En este caso sí se proyecta al futuro en términos de realidad potencial.
«La fiesta espacial» (en catalán, «La festa espacial») es, pues, un juego de palabras: «festa» (que suena como fes-te, o sea, «hazte», y de ahí fes-t’ho, «háztelo», DIY) y «espacial» (espacio arquitectónico y galáctico). (Este puede ser el pie de una de las imágenes).
Recuerdo el taller que realizamos para La Factoria de Sant Andreu con Serafín Álvarez. Abordaba el fenómeno fan y cómo esta comunidad no solo consumía, sino que generaba contenido sobre algún fenómeno. Como por ejemplo Star Wars Uncut, una remezcla fruto del fenómeno fan en la que se reproducía la saga galáctica mediante clips de escasos segundos que realizaban los fans desde casa. El conjunto era una brillante y alocada secuencia de assemblage de los tributos colgados en Internet. Y se incluyó aquel brillante fragmento realizado por Serafín y sonorizado por los chavales durante el taller. Así empieza la historia:
«Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy lejana, había un grupo de rebeldes del sistema llamado las Autogestionadas. A fin de pasar desapercibidas, aprovechaban partes de estructuras institucionales que ensamblaban y les permitían moverse sigilosamente entre la rigidez de las Poderosas. Sin embargo, algunas de ellas, seducidas por el disfraz, se vieron transportadas hacia el oscuro y deseado futuro. Un grupo de intrépidos insurrectos se reunió el sábado 1 de abril para cambiar el curso de la historia.»
Para hacer que los chavales entrasen en una historia compleja, necesitaba apoyarme en la idea de aventura épica. Arrancar de manera cotidiana realizando un taller convencional hasta que apareciese un elemento o un conflicto que cambiase completamente la dinámica. Por eso era esencial que hubiese un elemento chocante e hipnótico que pudiese ir apareciendo y conduciendo a la multitud por el espacio. Esto me permitiría seguir al grupo y mantener la tarea de narrador sin tener que ir siempre a la cabeza. Así es como aparece el coro amateur Les Coralines, autogestionado por un grupo de madres en el Centro Cívico El Sortidor.
El coro amateur Les Coralines
El día que fuimos a conocerlas, habíamos quedado con Mercè en la plaza de El Sortidor. Mientras subíamos las escaleras, oíamos aquellas voces que nos arrastraban hasta el segundo piso, donde ensayaban. Con la piel de gallina asistimos a la extrañeza de la invasión sonora de un ensayo cotidiano, ajeno a todo cuanto sucedía a su alrededor. Entusiasmados, les explicamos nuestro sarao y les dijimos que necesitábamos que ese grupo de valquirias galácticas nos interpretara tres canciones: una mística para la entrada, una que transmitiese extrañeza y una final que fuese épica (algo parecido a la banda sonora de Picnic at Hanging Rock). Acogieron la propuesta con entusiasmo y nos hicieron una selección de las que creían que podían encajar. Incluso nos mostraron una maravillosa que tenía ese componente de intriga que buscábamos, pero lamentaban que apenas habían empezado a ensayarla y no podrían tenerla lista. Entendiendo que su tiempo es muy preciado, les sugerí hacer el ensayo directamente en la Fundació, que utilizasen el tiempo que nos estaban dedicando para hacer algo que les fuese realmente de utilidad: aprenderse la canción. Podían parar, repetir, lo que hiciese falta, su papel lo permitiría.
Este movimiento continuo requería la ayuda y la colaboración de Ramon y Xavi. Yo ya conocía muy bien la Fundación gracias a Mercuri Splash, así que repasamos todo el recorrido, rebuscamos entre el material de la Fundació e indagamos la potencialidad de cada rincón con los recursos de que disponíamos. Ante la amenazadora tormenta prevista para ese día, tuvimos que crear un circuito interior alternativo que también fluyese.
Las Coralinas marcaban el inicio de esta secuencia, que tenía que llevarnos desde el espectacular montacargas hasta el Espacio Taller. Acicaladas con uniformes galácticos y con el recortable de la escultura de Calder por sombrero, nos condujeron a ritmo de «Heaven» hasta el reducto de «La Chapas». Para poder viajar al futuro, para tratar de recuperar aquellas Autogestionadas, teníamos que proyectarnos hacia el tiempo al que queríamos ir y hacernos un pasaporte con un retrato de nosotros de mayores. En la sala había una serie de fotocopias manipuladas del recortable que configuraban un cómic donde se veían estas excompañeras en un mundo psicodélico retrofuturista.
Regresando a la Fundació, ya de manera legal, teníamos que dar el último paso: vestirnos de futuro. En el auditorio de la Fundació estaba desplegado todo el material de conservación y transporte de obras que pudimos reunir y lo entregamos para que se pudiese utilizar para crear los vestidos. Papeles de burbuja, de embalaje, blancos, marrones y brillantes. Todo estaba orquestado, mientras las Coralinas ensayaban la canción y ponían hilo musical. Podría considerarse un maravilloso caos autogestionado que yo sería incapaz de describir.
El último paso era poner en marcha el vehículo que permitiría que las amigas Autogestionadas regresasen del futuro y todos pudiésemos volver a casa. Saliendo del auditorio todos engalanados, fuimos subiendo en fila la estrecha escalera que conduce a la biblioteca, donde había una instalación realizada con el ventilador industrial que utilizan los técnicos cuando pintan las salas, del que colgaban y ondeaban tiras de todos los materiales con los que iban vestidos los intrépidos participantes, mientras las Coralinas nos interpretaban la última canción épica. Una suerte de romería futurofolclórica con la que despedimos el taller.