Miró soñaba con un gran taller. Todos los artistas, alguna vez, han soñado con un gran taller, un espacio creativo que les permita construir su personalísimo microcosmos. Coincidiendo con la exposición Talleres compartidos. Tres casos de estudio, que explora la convivencia y las afinidades entre artistas que comparten espacio, hemos querido recordar cómo fue uno de los primeros talleres de Miró, en el París de los años veinte, en el número 45 de la Rue Blomet.
Rue Blomet: un espacio para la poesía
En febrero de 1921, ahora se han cumplido cien años, Joan Miró se instala en París, en un estudio cedido por Pau Gargallo en el número 45 de la Rue Blomet. París, con sus museos, la efervescencia cultural y las tertulias literarias, lo conmociona y lo paraliza: «Yo aquí apenas trabajo; no es posible. Siento que un mundo nuevo se abre en mi cerebro». Un mundo nuevo que descubrirá gracias, en parte, a los poetas y escritores que conoció a través de su vecino de taller, el pintor André Masson.
El primer encuentro con Masson fue al poco tiempo de su llegada a París. Masson recuerda así aquella coincidencia: «Fue en el café de La Savoyarde, justo debajo del Sacré-Cœur, donde Joan y yo nos conocimos por primera vez. […] nos dirigimos el uno hacia el otro y sentimos una simpatía recíproca y la sorpresa de saber que acabábamos de alquilar, los dos, al mismo tiempo, un taller en el número 45 de la Rue Blomet». A lo largo de los meses que vivieron allí, Masson y Miró intimaron mucho y Miró pudo frecuentar a muchos de los poetas, artistas y escritores que tanto lo impresionaron, entre los que se encontraban Roland Tual, Michel Leiris, Antonin Artaud, Armand Salacrou y Georges Limbour. Todos ellos consideraban a Masson como su mentor debido a su amplia cultura y a la cruenta experiencia que vivió como soldado en la Primera Guerra Mundial.
Miró recuerda esos momentos en una entrevista con James Johnson Sweeney: «Masson estaba en el taller de al lado. Siempre fue un gran lector lleno de ideas. Contaba entre sus amigos prácticamente a todos los jóvenes poetas del momento. Los conocí a través de él. Y a través de ellos escuchaba discusiones sobre poesía. Los poetas que Masson me presentó me interesaban más que los pintores que había conocido en París. Estaba entusiasmado con las ideas nuevas que aportaban y, sobre todo, con la poesía sobre la que discutían. La engullía toda la noche, sobre todo la poesía dentro de la tradición de Le Surmâle de Jarry».
«La Rue Blomet es un lugar, un momento, decisivo para mí. Allí he descubierto todo lo que soy y todo lo que llegaré a ser».
Para Masson, el número 45 de la Rue Blomet era también un espacio de diversión, y el compañerismo no tenía nada de intelectual: compartían comidas, charlaban, escuchaban música, bailaban y trabajaban impulsados por un mismo espíritu. Miró participaba de este ambiente, tanto desde su taller como desde el de Masson. Las puertas estaban siempre abiertas y un agujero en la pared medianera favorecía aún más esta afinidad.
Miró tenía una disciplina de trabajo muy diferente de la de su vecino: «Yo tenía la manía del orden y la limpieza […]. Me gustaba salir de mi celda monacal para entrar en el increíble desorden de papeles, de botellas, de lienzos, de libros y de objetos domésticos que poblaban el estudio vecino. […] Masson trabajaba en un estado de agitación. Escuchando música, o con el alboroto de las conversaciones. Yo únicamente podía trabajar solo y en silencio, con una disciplina ascética».
Libros y cuaderno de la biblioteca personal de Joan Miró
© Fundació Joan Miró, Barcelona. Fotografía: Jaume Blassi
En la biblioteca personal de Joan Miró, en el archivo de la Fundación, podemos encontrar muchos de los libros de los que se hablaba en aquellas reuniones y de los poetas que asistían a ellas. Miró, metódico, como siempre, elaboraba listas en sus cuadernos de los libros de los que se había hablado, que tachaba cuando había conseguido leerlos.
Pero, si bien la Rue Blomet fue un lugar de encuentro de amigos y compañeros donde se discutía de pintura, de teatro o de literatura, y donde se jugaba al ajedrez, a los dardos o a las cartas, para la mayoría del grupo, y especialmente para Miró, fue un viaje iniciático y de crecimiento personal.
Peinture-Poème («Le corps de ma brune puisque je l’aime comme ma chatte habillée en vert salade comme de la grêle c’est pareil»). Joan Miró, 1925 © Successió Miró, 2021
El espíritu de subversión que se vive en la Rue Blomet da libertad a Miró para utilizar todo tipo de imágenes propias y prestadas, líricas y escatológicas, mágicas y banales. En el proceso de estilización y mutación que se produce en su obra a partir de La masía (1921-1922) y La tierra labrada (1924), el artista logra desprenderse de todos los convencionalismos y llevar su pintura hacia un estado de libertad sin precedentes. La obra deja de ejercer su función descriptiva y pasa a tener un carácter simbólico reforzado por la incorporación de letras y cifras, primero con un valor puramente plástico (Sans titre (L’écrivain), 1924) y paulatinamente con un valor sígnico y enunciativo (Peinture-Poème («le corps de ma brune puisque je l’aime comme ma chatte habillée en vert salade comme de la grêle c’est pareil»), 1925).
«No hago diferencias entre pintura y poesía»
El encuentro con los poetas y con la poesía —como género— permite a Miró hallar nuevas vías para ir más allá de la pintura. Todos coincidían en la importancia que daban a la poesía. «La poesía, en el sentido más amplio, tenía para nosotros un valor que no sería excesivo calificar de sagrado […]. La poesía, tanto para Joan como para mí [Masson], era fundamental. Ser pintor-poeta era nuestra ambición».
Sin título. Joan Miró, 1924 © Successió Miró, 2021
Lápiz, lápiz pastel, acuarela, collage de sellos e inscripciones a mano sobre papel
En el trabajo de Miró, poesía es el proceso de destilación al que son sometidas las obras. De la acumulación anecdótica pasa a la representación simbólica mediante un despojamiento lento y reflexivo que podemos ver en pinturas como La sieste, Le sourire de ma blonde, Peinture («48»)Pintura-poema o Sin título. Estas obras no son el resultado de la mímesis del gesto de otro pintor, ni de las lecturas de los poetas, ni tampoco de una identificación casual, sino que es un proceso creativo lento, de «emulsión poética», que va incorporando paulatinamente todos estos ingredientes y que es fruto de un trabajo interior de síntesis que consigue llevar la pintura hasta un lirismo tan elocuente que hace que se borren fronteras entre la pintura y la poesía.
Dibujos preparatorios de La siesta. Joan Miró, 1925
Lápiz grafito sobre papel
La sieste. Joan Miró, 1925 © Successió Miró, 2021
Si con La masía el virtuosismo del detalle llevado al extremo le abrió el camino de la estilización, la poesía —en el sentido más etimológico del término— le abrirá la puerta a un mundo infinito de signos y constelaciones.
En 1926 Miró deja la Rue Blomet para cruzar el Sena hacia la rive droite a un nuevo estudio en la Rue Tourlaque, y al año siguiente Masson lo sigue y reconoce que es el final de una época: «La Rue Blomet: todo lo que entonces se movía no pertenecía para nada a este mundo. ¿Qué ocurre? ¿Que ahora ya hemos tocado el suelo? No puedo resignarme a creer que estamos tan perdidos». Michel Leiris también recuerda el momento de desaparición del lugar de encuentro en la Rue Blomet: «¿Cesó por lo tanto de existir? Sí, si consideramos que […] no podía ocurrir otra cosa más que una relativa dispersión. Y no, si se tiene en cuenta la tendencia […] que siguió representando», a pesar de que la historia de la gente que formó parte del grupo pasaría desde ese momento a mezclarse con la historia del surrealismo.
Los recuerdos también acompañarán a Miró durante muchos años y están presentes en las entrevistas que le hicieron a lo largo de toda su vida; plásticamente quedaron patentes en la obra Peinture («48»), de 1927. Esta obra, realizada después de dejar la Rue Blomet, muestra un gran número 48, el número que Miró veía cada día al otro lado de la calle al salir de su estudio y que imita la grafía de las placas de calle. En el ángulo superior derecho hay una mancha blanca atravesada por líneas negras, y está lleno de salpicaduras rojas de pintura muy diluida, como si fuera sangre. Con respecto a este cuadro, Miró le contaría a Dupin: «También pinté, recuerdo, un enorme 48 en un lienzo muy desnudo. Era el número obsesivo que me impresionaba cuando salía, en el edificio de enfrente, el 48 de la Rue Blomet».
Peinture-Poème («48»). Joan Miró 1927 © Successió Miró, 2021
Óleo e inscripciones a mano sobre tela
Miró, seguirá en contacto con muchos de los poetas del círculo de la Rue Blomet, pero especialmente con Michel Leiris y Georges Bataille, dos de los creadores de la revista Documents, bastante críticos con Breton. Una muestra de esta amistad es el cuadro Peinture-Poème (Musique, Seine, Michel, Bataille et moi), de 1927, el único que, de alguna forma, habla de la biografía del artista, ya que recuerda los paseos nocturnos por la orilla del Sena de tres amigos, tres poetas, tres creadores de imágenes.
Referencias bibliográficas:
Epistolari català. Joan Miró 1911-1945. Barcelona: Editorial Barcino/Fundació Joan Miró, 2009.
«A Joan Miro pour son anniversaire». En: Masson, André. Le rebelle du surréalisme. Écrits. (Collection Savoir).
Rowell, Margit (ed.). Joan Miró: Écrits et entretiens. París: Daniel Lelong, 1995.
Leiris, Michel. «45 Rue Blomet». Los Cuadernos del Norte, 1982.