Si cuando llegas al aeropuerto de Barcelona miras con sorpresa el gran mural de Miró; si cuando paseas por el Ensanche te encuentras con la grandeza de Mujer y pájaro y piensas que Miró, inspirado por Gaudí, se ha confabulado para hacerte mirar el cielo; si cuando bajas absorto por la Rambla pisas un mosaico que te distrae de tus pensamientos; si cuando subes a Montjuïc y ves la silueta de la Fundación sientes que algo se equilibra y encaja en tu interior, si te pasa todo esto, es que quizás la semilla de la generosidad de Miró empieza a dar sus frutos.
De Miró a Barcelona / De Barcelona a Miró
A continuación reproducimos un fragmento del texto «A, B, C, D…: la donación de Joan Miró a Barcelona», de Lluís Permanyer, publicado en De Miró a Barcelona, primer volumen de la colección Miró Documents (ed. Fundació Joan Miró, 2014).
[…] Joan Gaspar me presentó así [a Joan Miró]: «Un joven periodista y un buen barcelonés». Miró me observó detenidamente y replicó mientras me daba la mano: «¡Ah, el de las confesiones de la vida privada!» Al día siguiente, volví a encontrármelo en la Sala Gaspar e insistí en pedirle la entrevista periodística. Mantuvo su negativa: me confesó que no quería comprometerse con aquellas respuestas y que deseaba conservar la libertad de poder contradecirse. Lo afirmó en presencia de Joan Prats, que intervino asintiendo: «Me parece muy bien». Entonces le pedí que me dedicara una de las litografías de aquel álbum que acababa de comprar. «Lo haré con mucho gusto».
Así fue como nos conocimos. En 1970, al saber que pronto se inauguraría el Mural del Aeropuerto de Barcelona, pensé que se merecía un amplio reportaje en La Vanguardia, en la que yo había ingresado como redactor en 1966. Telefoneé a Llorens Artigas: quería que me contara los detalles del proceso de creación de aquella obra gigantesca. Miró se enteró de inmediato y me llegó el recado de que quería verme con urgencia para hablar de ello. No era una situación forzada, si tenemos en cuenta la relación, ni que fuera breve, que he evocado antes. Además, supongo que los Artigas le comentarían que yo era de confianza…
Mosaico de bienvenida del Pla de l’Os, en la Rambla, y mural en el Aeropuerto de Barcelona.
Miró me dio bastantes detalles de cómo se había ido gestando el mural, palabras que reproduje en mi texto en forma de conversación. Eso explica que yo tuviera la iniciativa natural de pedirle que echara un vistazo al texto, ya que era el primer artículo que escribía sobre Miró. Era evidente que se trataba de un tema delicado y yo no quería cometer una equivocación, ni que fuera bienintencionada.
Le envié el texto. Me lo devolvió por correo urgente un par de días más tarde. Contenía unas breves correcciones y había introducido algún matiz mínimo. Me sentí aliviado.
Pero descubrí algo que me dejó boquiabierto y me emocionó. Miró había añadido una última hoja que contenía un largo manuscrito con tinta roja y que tenía la calidad de noticia de portada. Anunciaba la donación que se proponía hacer a Barcelona. Y con el orden característico que dominaba todos los aspectos de su vida, pasaba a clasificarla: A, B, C y D.
Manuscrito de Joan Miró con tinta roja anunciando la donación a Barcelona.
Con una forma muy representativa de su forma de actuar, lo vestía con una visión global y trascendente. Detallaba cómo proponía que las obras cumplieran la misión de dar la bienvenida a los visitantes que llegaban a la ciudad con distintos medios de transporte:
A – Un mural en el aeropuerto para los que llegan por el aire.
B – Una escultura de treinta metros en el parque Cervantes para los que llegan por carretera.
C – Un pavimento en La Rambla para los que llegan por mar.
Fue una lástima que la potente escultura gigantesca no se llegara a instalar, pese a que él creó la obra: enriquece el patio de la Fundació que se abre sobre la ciudad.
La letra D anunciaba la creación del CEAC: Centre d’Estudis d’Art Contemporani. Con una sencillez emocionante me explicó que deseaba que no fuera un lugar muerto sino vivo: «Quiero que sea como este bloc. Yo llenaré la primera página y los demás llenarán las siguientes».
El día que mostré el reportaje y el compromiso de Miró al entonces director de La Vanguardia, Horacio Sáenz Guerrero, de inmediato estuvo de acuerdo conmigo de que se trataba de una gran exclusiva. Además, venía como anillo al dedo para las páginas en color que el periódico había incorporado los domingos desde hacía unas semanas. Era un tema que exigía una ilustración generosa. Apareció el 21 de marzo de 1971: además de la portada, llenaba dos páginas.
Portada de La Vanguardia, 21 de marzo de 1971.
En la portada se anunciaba ya en letras grandes la donación de Miró y en el interior se reproducía la fotografía del texto manuscrito completo. La reacción no se hizo esperar. Manuel de Muga, de Ediciones Polígrafa, me comentó que mi reportaje, aunque se consideraba impecable y muy positivo, suponía unos compromisos públicos del artista que algunas personas había calificado de atrevidos e incluso peligroso. No quiso darme nombres. Quizás se habían acostumbrado a que Miró no diera un paso sin consultarlo antes con su querido Joan Prats, amigo y confidente que había fallecido el año anterior. Y por eso les había pillado por sorpresa aquella decisión tan importante, sin avisar, y que, además, tomaba una proyección también inusual. El vehículo de La Vanguardia, un domingo, en color y en la portada, no tenía precedentes.
En este sentido, creo que Miró lo hizo con toda la intención. Para él, aparecer con aquellos honores en La Vanguardia significaba darle cien vueltas a su padre, que había sido suscriptor del periódico, representación máxima y genuina de la clase dominante barcelonesa. Su padre nunca lo había comprendido como artista y estaba convencido de que sería un fracasado. El triunfo que a Miró le hacía mayor impresión era el que lograba en Barcelona, que tanto se le había resistido. […]
Que buena historia, me encanto y gracias por compartirlo.