Rosa Maria Malet se va. En septiembre el Patronato de la Fundació nombró a Marko Daniel nuevo director de la Fundació Joan Miró. La despedida que la Fundació dedicó el pasado mes de julio a quien ha sido directora de la institución en los últimos 37 años no era la despedida a un cargo, sino a una persona, a Rosa Maria, a su talante, a una manera de hacer y de ser. Muchos medios y muchos periodistas le han dedicado espacios y entrevistas estos últimos meses. Isidre Estévez, periodista amigo y persona muy vinculada desde siempre a la Fundació, ha podido conversar con ella de forma muy cercana.
Malet se va, pero Rosa Maria se queda. Un adiós con matices.
Después de casi cuatro décadas al frente de la Fundació, Rosa Maria Malet inicia una nueva etapa.
En la época de la precariedad laboral marcada por el liberalismo, casos como el suyo son cada vez más inusuales. Cuando en diciembre cierre la puerta de su despacho por última vez dejará atrás 37 años como directora de la Fundació Joan Miró, casi cuatro décadas dedicadas a un trabajo que se convirtió en su vida. «Yo iba para enfermera», dice, con una sonrisa que parece imaginar lo diferente que habría sido todo si un día no hubiera decidido cambiar el blanco de un laboratorio por el blanco del edificio que acabaría por convertirse en el escenario de toda su carrera laboral. Entró como ayudante de conservador, en una Fundació que acababa de nacer con unas perspectivas tan esperanzadoras como inciertas, y se va como directora de una de las instituciones más respetadas del mundo del arte. 37 años que han visto cambiar la Fundació, la ciudad, el arte y la sociedad. ¿Y ella? ¿Cambió la Fundació o la Fundació la ha cambiado a ella? Difícil, tal vez imposible, de saber.
Fiesta de los Amigos de la Fundació Joan Miró. Julio de 2017
Exposición América, América (pintura norteamericana 1945-1975). Fundació Joan Miró, Barcelona, 1977
Ella es consciente de los cambios que han tenido lugar y de los que no han sido posibles, de las transformaciones realizadas y de las pendientes. «Nunca pensé que acabaría dirigiendo un museo, pero cuando empecé me pareció fascinante, porque el momento lo era. Miró aún vivía, todo estaba por hacer…, pero había mucha ilusión. Ahora la situación es otra, el público ha cambiado, la institución tiene más recursos…», dice sin que acabe de quedar claro si, para ella, el cambio es bueno o malo. Esta es una constante en ella: explica las cosas de manera factual, como si observase la realidad sin juzgarla. Tan solo una ligera sonrisa invita a intuir qué piensa. Mesura las palabras con cuidado, consciente de su papel institucional como directora de un museo. Un equilibrio que puede romperse en cualquier momento. Quizá por eso ha huido de la polémica que tanto buscan algunos de sus compañeros de gremio. Ve en la prensa un mecanismo que debe servir para promocionar el museo, no a ella, y habla sin olvidar en ningún momento su obligación de no molestar a nadie: patrones, público, instituciones, patrocinadores, coleccionistas… ¿Misión imposible? Sus 37 años en la casa parecen demostrar que no.
Joan Miró y Rosa Maria Malet contemplando la Serie Barcelona en las salas de la Fundació
Entre las cosas que han cambiado durante estas cuatro décadas está la percepción de los museos como centros de alta cultura alejados del gran público, una percepción aún más elitista en el caso de los centros de arte contemporáneos, vistos durante años como espacios frecuentados por cuatro esnobs. Hoy todo se mide en función del éxito, y el éxito pasa por tener grandes exposiciones y colas en la puerta. Todo el mundo se ha visto más o menos obligado a jugar en esta liga y la Fundació lo ha hecho —o lo ha intentado— pese a las evidentes dificultades. Ha hecho, en efecto, grandes exposiciones, y ha tenido éxitos importantes. Pero este no es su juego, no es su espacio natural, no era este el objetivo para el que fue creada, no es esta la dinámica que genera el edificio de Sert. Desde su despacho de directora, Rosa Maria Malet ha sido testigo tanto de la llegada de esta moda como de su lenta defunción, motivada por la escasez de recursos económicos y por el cansancio de los grandes museos y coleccionistas. Hay un retorno a la normalidad, al trabajo constante y discreto, que no busca deslumbrar, sino, sencillamente, explicar. Y este es, justamente, el mejor terreno de juego para Rosa Maria Malet: por talante personal, por el momento en que se incorporó a la casa, por su experiencia personal, ella siempre ha creído en esta forma de hacer. No resulta extraño, pues, que se sienta reivindicada en un mundo del arte que se ha visto obligado a bajarse los humos. «Siempre hemos querido que la gente lo pase bien, que visitar la Fundació sea una experiencia, que resulte interesante. Pero sobre todo hemos pensado en dar un servicio, no en entretener, sino en invitar a la gente a descubrir, a reflexionar. Cuando abrimos había una enorme expectación, había muchas ganas, y hacíamos actividades con la Fundació abarrotada, pero en cambio se valoraba mucho que las salas de exposición fuesen espacios muy tranquilos», dice con un punto de ligerísima tristeza. Ahora están llenas, pero de turistas, «y ahora resulta que los quieren asustar, así que…». Y la tristeza se vuelve sorpresa y preocupación.
Arriba, el equipo de la Fundació en 1995. Foto: Roger Velázquez. Magazine, La Vanguardia. Abajo, Rosa Maria Malet con el equipo de la Fundació durante su despedida, diciembre de 2017. Foto: Pep Herrero
Ahora su panorama es otro, ahora empaqueta sus cosas para la despedida, que no por deseada deja de ser melancólica. Deja atrás una Fundació consolidada, más grande, con más obras, con más visitantes… «Me hubiera gustado organizar una exposición de David Hockney, hacer pequeñas exposiciones temáticas de Miró, reforzar el Espai 13…». No podrá ser, otra persona se sentará en su despacho, tomará las decisiones. Pero ella no se va, no del todo: seguirá vinculada a la Fundació como miembro del Patronato, observando, aconsejando, ayudando. En el Patronato echará de menos a quien durante años fue amigo y aliado, Eduard Castellet, fallecido este agosto, el hombre que, como dice ella, «tenía claro que no podemos acobardarnos ante lo que pervive y da sentido a la institución». Esta es una tarea que le hace una innegable ilusión: profesionalmente, porque hace posible que su experiencia no se pierda; personalmente, porque le evita caer en el inevitable desconcierto de la jubilación. Como directora, ha callado más que ha hablado, obligada a trabajar rodeada del sentido de importancia de artistas, comisarios, patrocinadores y políticos. ¿Propondrá, desde el Patronato, lo que no ha propuesto estos años?, ¿dirá lo que no ha podido decir?, ¿hará lo que no ha podido hacer? Se lo pregunto y se limita a sonreír, entre sorprendida y traviesa. Y yo no lo descarto. Malet, la directora, se va. Pero Rosa Maria, la chica que empezó poniendo enchufes antes de un acto o yendo a buscar a un conferenciante al aeropuerto en un Dos Caballos, se queda. Quién sabe…
Josep Miquel Garcia, Rosa Maria Malet, Eduard Castellet y Francesc Catalán-Roca, 1993
Despedida de Rosa Maria Malet en la Fiesta de los Amigos de la Fundació Joan Miró. Julio de 2017
Traducción: Bernat Pujadas