La exposición Autogestión, comisariada por Antonio Ortega, presenta una genealogía de artistas que desde los años sesenta hasta la actualidad han recuperado la autoridad sobre su propio relato. Algunos artistas próximos a la autogestión han asumido algunos riesgos y un compromiso con su tiempo. Por eso hemos pedido al artista Pere Llobera, que participa en la muestra, que comparta su punto de vista sobre las ideas de riesgo y compromiso en la práctica artística.
La condena de decir
(unas palabras sobre el riesgo y el compromiso en el arte)
«Sé que debo mantener un equilibrio constante entre mi actividad en la Sociedad de los Escudos* y la calidad de mi trabajo literario. Si este equilibrio se quebrara, la Sociedad de los Escudos degeneraría hasta convertirse en la distracción de un artista, o bien yo terminaría por transformarme en un político.»
(Yukio Mishima, Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis)
La figura de Mishima sabemos que no deja indiferente a nadie. Es controvertidísima y a menudo denostada. Incluso los prologuistas de la edición de la que he sacado la cita hablan de él con indisimulada malicia. También es cierto que la Sociedad de los Escudos* (en adelante SDE) podría considerarse una bobada si no fuera porque su ideólogo no era ningún bobo. Un cacharro como la SDE estaba condenado a la burla pública desde el primer anuncio de su gestación, es cierto, pero la determinación de Mishima y la defensa intelectual que ejerció, tanto del grupúsculo paramilitar como de su propia obra literaria (como él mismo declara en el epígrafo), le salvaron del escarnio público más cruel. Pese a los inevitables ataques que debió de sufrir, podemos afirmar que llevó aquella extravagancia a un puerto. No digo a buen puerto. Tan solo a un puerto.
Escena del seppuku (suicidio ritual) de Mishima
Cuento todo este asunto de Mishima y su ejército privado no tanto para que les cojáis simpatía sino para hacerle entender a la gente qué significa tener «determinación». Se puede acusar a Mishima de muchas cosas, pero no hay duda de que pertenecía al selecto grupo de los que saben acabar lo que empiezan.
Y ahora un chiste:
Bas Jan Ader y Mishima están hablando tranquilamente y uno le dice al otro:
—¿Te vienes a dar una vuelta con mi nuevo velero?
—Ahora no puedo. Tengo que llevar unas cosas al afilador.
Obviamente, el trágico final de ambos protagonistas en mi negro chiste tiene más que ver con la fuerte pulsión de muerte que les gobernaba que con la determinación con la que ambos podían llegar a hacer las cosas.
En este punto fijaos que el concepto de riesgo del encabezamiento de este artículo se hace el longuis y no acaba de aparecer, así como tampoco lo hace el concepto de compromiso. En vez de eso hablamos de determinación. La explicación sería la siguiente: plantearse un riesgo implica un cálculo. Es cierto que esto probablemente lo da el verbo plantear, pero también es cierto que las cosas más nobles (dicho a la manera de Montaigne) tienden a menospreciar el riesgo. No se lo «plantean». O no mucho. El riesgo en el arte no es nada por sí mismo. Como mucho un elemento subsidiario de otras cosas más hondas y en ninguna circunstancia un fin último. ¿Realmente significa algo el riesgo dentro del arte? ¿No será el riesgo sencillamente una prenda de lo que previamente hemos tenido la determinación de hacer?
Untitled, 1993. Manifiesto de David Wojnarowicz
Ahora hablemos del compromiso. Mishima e Imre Kertész consideraban la escritura, o la «necesidad de decir», como una condena sobrevenida. Y así tenemos que Mishima nos decía:
«Para un autor acumular escritos equivale a acumular excrementos.»
Y Kertész decía esto otro más elegantemente:
«[…] porque yo siempre trabajo, y no me obliga a ello solo la supervivencia, pues si no trabajara viviría, y si viviera, no sé a qué me obligaría, y es mejor no saberlo aunque mis células sin duda lo suponen, lo suponen mis entrañas y por eso trabajo sin cesar […] entre mi supervivencia y mi trabajo existen, como es lógico, unos vínculos sumamente serios, […] cosa que es absolutamente evidente y a la vez nada normal […] no todos los que escriben lo hacen porque tienen que escribir.»
(Kaddish por el hijo no nacido)
Untitled, 1990, de David Wojnarowicz (en colaboración con Phil Zwickler y Rosa von Praunheim), fotograma del film Silence = Death
De formas muy distintas nos describen qué significa estar condenado a decir cosas. Kertész viene a decir que el único compromiso verdadero de un artista es trabajar para sus pensamientos y no creo estar diciendo nada nuevo ni aberrante si digo aquí y ahora que los artistas básicamente van a su aire. Esta es su peculiaridad, y su gracia, puesto que es su mirada sesgada la que mira las cosas de un modo diferente a los demás. Personalmente no creo en el compromiso del artista con la sociedad. Si leéis las palabras de Josep Vicenç Foix que reproduzco a continuación, comprobaréis que explican excelsamente lo que yo a duras penas balbuceo sobre el compromiso.
«El poeta, como poeta, no debe tener otra motivación lírica que la propia de la poesía. Solo cuenta, para él, la revolución provocada por el proceso de adaptación del impulso lírico que le exalta, o que le ilumina, en su época. Una revolución, social o política, provee al poeta elementos inéditos para su evasión. El poeta reencuentra por medio de los símbolos nuevos lo eterno.
»El poeta, como poeta, tiene sus deberes revolucionarios. Sin embargo, su revolución es indiferente a la revolución del mayor número. Cuando esta sucede, el poeta calla. Si quiere intervenir como tal, la poesía se le ahoga en los estanques mórbidos de la retórica. ¡Pero la retórica es tan adversa a la poesía! Tanto, quizá, como los juegos florales.
»El poeta más bien se opone a su época. Busca entre los escombros o los monumentos de cada civilización los elementos del Misterio. En cada época, bajo los regímenes más opuestos, vela por el Misterio, por su permanencia. Cultiva la magia y proyecta sombras chinescas en el muro de la eternidad con los elementos materiales que le proporciona la triste y móvil “realidad”. Busca la verdadera realidad, la “otra realidad” (lo suprarreal, lo superreal o lo sobrenatural) — que es, no os alarméis, la antihistoria. El poeta, a través de la caverna, escucha el mundo misterioso de los ecos, y los retoma. Una misma melodía, nostálgica, se transmite, gracias a los poetas, a través del cuadriculado del tiempo.»
(Josep Vicenç Foix, Darrer comunicat. Edicions 62. (Els llibres de l’Escorpí), pág. 7).
Cierre:
Ni el riesgo ni el compromiso por sí solos tienen un peso específico en la creación artística. El riesgo fácilmente puede convertirse en un cálculo, y el compromiso, en una manera de guiñar el ojo a los demás.
¿Será por eso, que nunca he podido considerar Shoot, de Chris Burden, como una pieza de arte remarcable?
Quiero decir:
¿Se produjo un tiro sin determinación?
¿Un tiro extremamente calculado?
Momento inmediatamente posterior a la acción Shoot de Chris Burden
Aquella acción de Burden, además, se convirtió literalmente en el tiro de salida de su carrera artística. De hecho, si se hubiese planteado Shoot de un modo abiertamente táctico, me habría gustado mucho más que con el andamiaje conceptual ulterior sobre la crítica a las políticas armamentísticas, los follones en Vietnam etc., que todo el mundo se ha comido con patatas. El riesgo i el compromiso de la mano…
Pegarse un tiro de aquel modo, en aquel momento preciso de cuestionamiento sobre los límites del objeto artístico, me hace pensar más en alguien pisando nieve virgen que en ninguna otra cosa. Wojnarowicz, sin ir más lejos, siempre me ha parecido mil veces más determinado a hacer lo que tenía que hacer.
No obstante, yo, que soy miedoso por naturaleza, ahora mismo hago cálculos de lo que significará ser abiertamente crítico con una pieza como Shoot, que tiene una legión de fans, así como soltar aquí y allá al señor Mishima, que tiene una legión de detractores. Puedo hacer cálculos también de la de hostias que podrían caerme por tener la boca tan grande. Y es que maneras de pegarse un tiro hay varias y lo que es grave es que esta, a diferencia de la de Burden, no me servirá ni para progresar.
Para cerrar me apetece plantear como epílogo esta maravillosa pregunta que se hacían Fischli y Weiss: «¿Debería irme a dormir y dejar de producir algo continuamente?»
¡Ay! ¡La condena de decir! Único y verdadero compromiso del artista.
*Sociedad de los Escudos. Ejército privado y autofinanciado por el propio Mishima que se postulaba como garante del orgullo nacional nipón. Sus uniformes de diseño y la polémica figura de Mishima pusieron a este grupo paramilitar en el ojo del huracán mediático de la época.